Despedida en el mar de Àngels Olivera

 








Despedida en el mar



Mi tiempo se acabó antes de recoger a los pasajeros que esperaban mi barco.

 El tiempo existe con diferentes vestidos. Yo, si estoy en el mar con mi caña de pescar, me visto con el vestido veloz. Cuando acaricio el timón de mi barco mi mejor vestido es el rápido. En cambio, en la cola del supermercado solo puedo ponerme el vestido lento y cuando espero que a mi hija le baje la fiebre después de darle un antitérmico, mi vestido además de lento se me hace largo, largo. Pues bien, llegó el día donde ya, no necesité ningún vestido. Mi tiempo se agotó.

Por ello estoy ante el mar junto a mi marido y mi hija, diciendo adiós a mi tiempo. No existe un lugar mejor donde despedirme de esas dos personitas a las que más amo. Mi atracción por el mar viene de lejos. Mi madre me explicaba que me bajaba hasta el mar aquellos días en que no sabía que me ocurría. Días en que los niños lloran y las madres no saben el porqué. Ella me llevaba hasta el risco situado detrás del barlovento donde la vista del mar queda libre sin ser tapada por ninguna edificación del puerto. Me sentaba entre sus piernas. Dejando que la brisa me diese en la cara. A veces el viento era tan fuerte que no me dejaba abrir ni los ojos, pero desde el instante que empezaba a llegarme el olor de la sal o el ruido de la olas rompiendo en la base del risco, yo empezaba a calmarme hasta coger el sueño. En ocasiones en ausencia de viento conseguía abrir los ojos para mirar el horizonte. El poco tiempo que compartí con mi madre, ella me explicaba muchas cosas de esos momentos para mi imposibles de recordar:

 --     Cuando sentada entre mis piernas mirabas a lo lejos, te veía brillar los ojos. Observabas el horizonte sin pestañear. Parecías desear llegar hasta allí. Hija, cuando seas mayor que nadie te detenga, estoy convencida que caminarás hasta el horizonte donde nadie será capaz de ponerte límites.

Si mamá me viese ahora le diría:

-         -   Aquí estoy mamá. Es el último día de mi vida. Llegaré hasta el horizonte, hasta el infinito como tu me pediste.

Mamá mientras vivió me ofreció su apoyo incondicional, me empujaba a descubrir mis propios caminos. Igual que mi padre, vamos… contra el que tuve que luchar hasta el día antes de morir.

Para él nunca llegué a ser lo suficiente resuelta, organizada o pragmática. Cuando era pequeña él estaba obsesionado con que debía practicar un deporte. La que armó cuando para mi cumpleaños les pedí una caña de pescar.

-        -   ¿Pero se puede saber, para que quiere una caña de pescar una niña de 10 años? -decía mi padre, con la cara tatuada de un permanente enfado.-           

Mi madre en su rol de mediadora familiar, buscando nuestra cercanía le decía:

-          -  Venga Pepo, la pesca es un deporte como otro cualquiera, tú siempre dices que sería bueno una afición deportiva que le ayude a levantar la cabeza de los libros. Mira el lado bueno una caña de pescar es barata, imagina que quisiera navegar a vela, ¿de dónde sacarías el dinero?

Disfruto pescando porque miro, huelo y escucho el mar. La dulce espera a la que me obliga la caña y su anzuelo es un momento mágico donde el tiempo es tuyo para admirarlo. El mar nunca está igual, como yo. En él, gozo observando sus cambios de humor: bravo o apacible en función del viento.  Su color varía según si brilla el sol, si pasan las nubes o si estas lloran desconsoladamente. Me fascina escuchar el silencio de la noche o las olas rompiendo en el arrecife. Oler la sal, las algas o el pescado. La pesca me llenó durante un tiempo, pero lo que nadie sabía entonces era que el barco vendría años más tarde.

Contra mi padre tuve que luchar para poder estudiar navegación. Mi madre ya no estaba entonces entre nosotros, pero sus palabras quedaron fijadas en mi horizonte. Ellas, junto a mi convicción fueron las que me empujaron a perseguir mi sueño. Lo conseguí, obtuve mi carné de Capitán de yate, contra todo el viento y la marea impulsada por mi padre. Poco más adelante conseguiría mi propio barco de pasajeros.

Mi barco de pasajeros, con el que cada día salía al mar. Este fue la causa de mi accidente y de la rotura del vestido de mi tiempo. Al día siguiente de tener una gran discusión con mi padre.  Justo la noche anterior a mi accidente tuve una pelea que rompió definitivamente nuestra relación. Necesitaba dinero para hacer reformas en mi barco y adecuarlo a las nuevas normativas. Se que él, si quisiera podía hacerme un préstamo. Se mostró insensible.

Como consecuencia tuve una larga noche de insomnio rememorando la pelea con sus palabras y las mías, las que dije y las que podía haber dicho. Por ello me desperté tarde y cansada para ir a trabajar. El tiempo se me echo encima, me aplastaban sus saetas. Salí corriendo de casa poniéndome el vestido del uniforme mientras bajaba las escaleras. Llegué al muelle con minutos de retraso. Me dirigí veloz al barco, conseguí sacarlo de la dársena en un tiempo de récord. Me despisté preparando las cosas del pasaje que iba a recoger ese día. No distinguí a tiempo la baliza que señalaba el arrecife. El barco chocó. Caí en el interior y un golpe en un lugar feo de mi cabeza paró definitivamente mi reloj.

Me duele repetir mi historia de niña, marchando y dejando a mi hija sin madre con sólo ocho años. Suerte que ella a diferencia de mi tiene un padre amoroso, muy tierno y que la adora.

Voy a fundirme con el mar para siempre. Mi hija me lleva dentro de una pequeña cajita de cristal de color ámbar. En realidad, a mi no me lleva, es sólo apenas un pequeño montoncito de mis cenizas. La acompaña mi amado marido y mi dulce perrita. Mi padre no ha querido asistir sigue enfadado conmigo. Mi marido llora, él ha escogido este lugar, donde un día nos dimos cuenta de que nuestros corazones marcaban el tiempo del amor al unísono. Se acercan ambos a la orilla, empiezo a vibrar muy alto cuando hasta mi ha llegado el olor de la sal. Mi pequeña mira a su padre. Ella no llora. Con esa clarividencia que solo tienen los niños, sabe que vive un momento importante, intenta consolar a su papá:

-          -  Papá no llores, mamá será feliz. Estará en el mar. A ella le gusta el mar. 

El mar inquieto me recibe, acepta mis cenizas sosegadas. Me arrullan en un dulce balanceo vertical, arriba y abajo, abajo y arriba. Avanzo hacia el horizonte empujada por el soplo del mistral ese que me alborotaba el cabello en mis atardeceres de pesca. Emprendo un viaje sin conocer el punto de llegada, pero no me siento sola, las olas me arrullan y me acompañan.  Me gusta sumergirme en el mar, sentirme ligera dentro del agua, allí mis movimientos se generan solos, sin esfuerzo. La temperatura es fría, pero esa frialdad me gusta antes me activaba las ideas, ahora me despierta la consciencia. El día está acompañado de un sol brillante que no ha querido perderse la fiesta. Alzo la mirada antes de hundirme en ese color mar que amo, allá a lo lejos veo una luz. Brilla con un halo central blanco y otro más superficial dorado y brillante.

Dentro del halo de luz distingo a mamá con su larga trenza a un lado de la cabeza, me está esperando. Me giro hacia la orilla donde ha quedado dos trocitos de mi corazón. A mi querida familia les digo:

 -   La navegación será tranquila y serena, ella me espera. Yo os espero.

Mi marido me hace un guiño que me hace mirar a lo alto del risco. Allí veo a mi padre que ha venido a despedirme.

Vuelvo la mirada de nuevo hacia mamá, ella extiende sus brazos con las manos bien abiertas dispuesta a abrazarme con todo su amor desde el infinito.

  - Mamá, ya vengo.

 

 

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