Paseo de novela. Àngels Olivera

 Desde que me ocurrió lo que os voy a explicar, disfruto muchísimo los libros de Ibón Martín. A las novelas de Ibón Martín no les pido pulcritud, grandes frases, historias de las que queden. Tengo suficiente con personajes creíbles y una novela con un buen ritmo y entretenida. Además, él añade lo que es para mí un plus especial, la localización de sus novelas. Sus paisajes tienen que ver con la cornisa Cantábrica. Una zona que me encanta. 


Empecé a leer a este autor durante unas vacaciones a Baztán (El último akelarre) y a Euskadi (La danza de los tulipanes) lugares que he repetido en diferentes ocasiones porque me encanta su paisaje, su clima, su comida y su gente. Todo, todo.

En aquella ocasión se dio una doble coincidencia de aquellas superespeciales. Estando ya en Euskadi, en un rinconcito, junto a la costa, vi a un hombre escribiendo en un banco de esos que están junto a los paseos y normalmente nos sentamos para disfrutar de la vista del mar. En aquel momento me atrajo la imagen, alguien escribiendo en un banco sentado, en la calle, me quedó grabada. Su cara me pareció familiar, pero hasta unas horas más tarde no fui consciente que la cara del escritor me era conocida porque era Ibón Martín, el escritor del que estaba leyendo un segundo libro. Para los que no lo sepan todavía, Ibón es un autor de novela negra contextualizada en el norte, junto al Mar Cantábrico. Euskadi y Navarra son localizaciones propias de las novelas que yo he leído de él.


Compaginar lo que leo con visitas o excursiones es una de las cosas que más me gusta hacer. Acabé “El último akelarre” mientras estábamos en Elizondo cerca de Zugarramurdi y empecé mi segundo libro de Ibón Martín “La danza de los tulipanes”. Lo había escogido porque después de Elizondo en Navarra íbamos a Euskadi. Habíamos alquilado un apartamento en Mundaka (ría de Urdaibai) en un lugar superprivilegiado, al que volveré, estoy segura. Aquí fue donde sucedió algo mucho más sorprendente que encontrarse a Ibón inspirándose ante el mar para escribir su futura novela.

El apartamento que alquilamos está junto a la Iglesia de Mundaka, es una casa de tres plantas. Mi apartamento era el situado en la primera planta y por debajo del mismo entran las olas cuando la marea está alta. Esto junto las vistas a la ría y la posibilidad de bañarte cuando la marea esta alta bajando una simple escalera excavada en la roca lo hacía fascinante. Su dueño Mikel también.

La casa mira a la ría. El apartamento que teníamos daba, por lo tanto, al mar sin que nadie tapase la visibilidad a la ría de Urdaibai. Solo mirar desde la glorieta-balcón del apartamento, los cambios de paisaje con los movimientos de la marea, observar los surfistas siguiendo y buscando la mejor ola  ya era suficiente para tocar la felicidad.

Las sensaciones en aquel lugar fueron inolvidables. Pero lo más alucinante que me ocurrió te lo explico ahora.

Era de noche, estaba en la cama, Ricard dormía a mi lado, seguro que era bastante tarde porque cuando lees un libro de estos es difícil cerrarlo, leo en e-book, me permite leer con la luz que lleva incorporada sin molestar a Ricard.


La casa, como puedes ver en la fotografía, se apoya sobre unas columnas. En marea alta el mar entra bajo la casa. Con lo que, en el dormitorio, en la cama, se oyen perfectamente las olas del mar chocando con las rocas. Bien, pues estoy leyendo un capítulo que describe a Julia en su casa. Es una escena de mucho suspense, Julia está en peligro sola en su casa. Yo voy leyendo emocionada por la situación y con una sensación de “no es posible”, “no puede ser verdad”, hasta que la narración me acaba confirmando que la casa de Julia que Ibón está describiendo es la casa donde estamos tal cual. Con toda la incredulidad del mundo, volví unas líneas atrás en la lectura y compruebo que no estoy soñando, que es verdad. La casa que ha escogido Ibón para uno de sus personajes principales es donde yo estoy pasando mis vacaciones.

Deje de leer al instante porque lo que se había disparado dentro de mi era una sensación super emocionante. Es un momento de lectura que no olvidaré jamás y ahora es fácil de entender por qué Ibón Martín y sus novelas es alguien muy especial para mí.


Añadir que todo lo que sucede en  “La danza de los tulipanes” ocurre alrededor de la ría de Urdaibai y que durante esos días me dediqué a descubrir todas esas localizaciones.

 Indescriptible el placer.


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