Mi nombre es Emilia del Valle de Isabel Allende

 


Confieso que tengo una especial predilección por Isabel Allende; cada vez que anuncia un nuevo libro, intento no tardar en tenerlo entre mis manos. Hace poco terminé de leer “Mi nombre es Emilia del Valle” y, a diferencia de otras ocasiones, he preferido dejar reposar mis impresiones antes de escribir sobre ella. La novela me dejó una sensación de vacío, algo inusual, ya que normalmente los personajes de Isabel me inspiran a escribir de inmediato. Sin embargo, esta vez, tras cerrar el libro, no sentí ese impulso de plasmar mis emociones con el deseo de permanecer junto a los protagonistas.

No puedo desestimar esta novela, porque mantiene elementos característicos de la autora, que son inigualables. Como esa habilidad para envolvernos con sus descripciones y construir atmósferas tan suyas. Hay páginas en las que se percibe claramente la esencia de Isabel, pero la historia no logra calar tan hondo como en otras de sus obras. En esta ocasión, la trama no consigue atraparme todo el tiempo. La lectura pasa por altibajos de ritmo, relacionados con el interés que me despierta.

Emilia del Valle es hija de una monja irlandesa que queda embarazada de un ricachón que no quiere saber nada de ella. Es criada por un padrastro maestro que la adora y la cría felizmente, ayudándola a amar los libros y la escritura. Empieza escribiendo cuentos con un seudónimo masculino para que acepten su publicación en el periódico local y acaba convirtiéndose en periodista. Consigue un puesto de corresponsal para cubrir la guerra civil chilena. Aprovecha el seguimiento de la guerra para conocer a su padre poco antes de morir. Al acabar la guerra, Emilia del Valle ha evolucionado, se ha transformado y decide quedarse en Chile, indagar sobre su identidad viajando a unas tierras que ha heredado a la muerte de su padre.

Esta obra se perfila como una novela histórica, llena de aventuras personales, guerra, para acabar con la búsqueda de identidad de Emilia del Valle. La prominencia de la guerra civil chilena, representada con crudeza, justifica plenamente la clasificación de novela histórica; con la caída del presidente Balmaceda es un conflicto fratricida que se cobra incontables vidas y marca el destino de los personajes. La autora describe con minuciosidad los enfrentamientos, lo que en ocasiones hace que la lectura se vuelva más lenta, o al menos así lo he sentido yo, pues me distanciaba emocionalmente de la protagonista. En esos pasajes, Emilia del Valle asume su rol de periodista: narra en primera persona el sufrimiento y la violencia que deja a su paso la guerra, pero sin detenerse demasiado en los sentimientos personales de quienes la rodean. Tal vez esta distancia emocional haya impedido que conectara plenamente con los personajes, que los admirara o los recordara con la misma pasión que otras veces me ha provocado Isabel Allende.

Emilia del Valle es una mujer valiente, autosuficiente, desafiante ante las normas sociales. La leeremos viviendo el conflicto bélico desde dentro, por lo que se ve obligada a poner su vida en riesgo, llega a estar encarcelada. Los capítulos de conflicto bélico son los que han resultado más duros de leer por la cercanía en que están redactados.  Es aquí donde iba perdiendo el ritmo de la lectura. En el libro vienen intercalados los artículos de guerra que Emilia del Valle como periodista envía a su periódico.

Es una historia poblada por figuras realmente atractivas que acompañan a Emilia, aunque apenas podemos entreverlas, pues Isabel no les concede demasiado protagonismo en la narración. Al intentar rememorar y enumerar estos personajes, me sorprende la cantidad. Está el padrastro entrañable que la cuida y guía hacia el universo de los libros y la escritura; la madre, que estuvo a punto de ser monja, marcada por el abandono tras quedar embarazada, y que derrocha imaginación para tramar relatos de asesinatos. Aparece también un colega periodista, con una promesa de amor que nunca llega a consolidarse; el padre distante, a quien Emilia conoce apenas antes de su muerte; la tía Paulina, una mujer de fuerte carácter, junto a su peculiar esposo; Angelita, una compañera que comparte con Emilia los tiempos de guerra y le enseña a moverse entre trincheras; y por último, el marino que deja todo para acompañarla a las tierras heredadas, un personaje sumamente cautivador. Si cada uno de ellos hubiera tenido mayor desarrollo, la novela se habría extendido sin fin.

Se nota que me está costando cerrar esta reseña, me duele no aplaudir abiertamente esta novela de Isabel, tal y como me hubiera gustado.


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